De repente, como cada Julio, en ese día escogido de finales de mes, los vencejos locales han dado la gran espantada, emprendiendo su viaje anual hacia el sur... Y han quedado las plazas, las torres, las calles estrechas, el cielo de los pueblos llenos del silencio de los vencejos, como desnudos del griterío alegre de sus incansables ruedas aéreas; un silencio espeso como el aire recalentado de la canícula estival, que apenas hiende y llena ese canto de siesta de las cigarras...