martes, 30 de julio de 2013

El molino viejo


No sé si he contado alguna vez que desde el molino viejo se ve el mundo. O, más bien, desde la sombra fresca y negra del gran olmo cuyas raíces son uno con las ruinas de sus cimientos. Cuando el sol aprieta, acoge al caminante como una madre, en lo profundo de su vientre. Y la inmersión inesperada en este retal de noche oscura, de tan escasos claros en la espesura de su copa, te convierte en un niño que mirara a su alrededor por debajo de la falda materna. Todo multiplicado en sus luces, volúmenes y color en contraste con el marco de honda negrura. Y uno siente entonces como si desde allí percibiera la primera imagen del mundo...

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