Nos sorprendió la noche, ayer, dentro ya de la espesa carrasca que nos serviría de escondite. Aguardábamos, expectantes junto al roquedo, como tantas y tantas noches, la salida de los búhos reales. El frío de los últimos días del invierno se colaba entre el ramaje, recorriéndonos el rostro desnudo, cantaban los sapos parteros en el fondo del barranco. Y una luna inmensa, naciente sobre el Este oscuro, inundó los campos con su amable luz de plata. De inmediato, retumbó inconfundible, en lo alto del risco, la llamada honda del búho real. Comenzaba una memorable noche de búhos...