Contemplábamos, desde el balcón, la cambiante acuarela que dibujaba, esta tarde, el último sol en el cielo de poniente cuando, de improviso, un alarido tétrico y quejumbroso, como de alma en pena eterna, de aparecido de un cuento de Bécquer, recorrió los campos helándonos la sangre... Tranquilos -sonrío- no es eso; es sólo un fantasmita blanco, un blando copo de nieve primaveral con cara de corazón...