Anotados los últimos detalles y mediciones en el cuaderno, nos ajustamos las raquetas a las botas y continuamos el rastreo por el viejo bosque nevado. La gélida atmósfera, que transforma en nubecillas de vapor nuestra propia respiración, magnifica el aroma penetrante, a resina y líquenes, del sabinar. Y el silencio blanco, inmenso, adueñado hoy del bosque, agiganta el eco sordo de cada uno de nuestros pasos.