Desde hace unos días y hasta finales de octubre, un
pic, pic insistente y metálico nos saluda, vital, desde las ramas bajas de los árboles viejos de los parques y jardines, del lindero del bosque o el soto de la ribera: bien visibles en su perchas, solitarios o sumando tres o cuatro en unas decenas de pasos, ahí están, sacudiendo el ala y picando cada poco a por un insecto en vuelo, de escala en su periplo migratorio, los papamoscas cerrojillos.