Sobre los altos pinos verdes y la caliza parda, brillantes de sol en la atmósfera limpia, descansaba la gran bandada de buitres leonados tras el festín, al final de la mañana color de septiembre. Un alimoche nervioso, blanco deslumbrante con reflejos áureos, gallineaba por el entorno, picando olvidos. Y entonces, contra un cielo azul profundo, y tan lejano del que le es propio, apareció enorme, parsimonioso, sin mover un ápice las alas... ¡El buitre negro!