Esta madrugada de reyes, antes de que despertasen las niñas, he ido a recoger ese regalo siempre feliz de la diaria inmersión en la Naturaleza. Entre otras sorpresas, como esos pequeños detalles que caldean el alma, me ha traído hoy conmovedoras escenas del gran bando de casi trescientos moritos que tenemos en estas fechas en el marjal, dibujando cambiantes figuras sobre el tenue lienzo cálido de la amanecida de invierno. Emana de la bandada de aves un mágico no se qué, que convierte a quien la contempla en parte, elevando al observador, con extraño sentimiento de certeza de origen y destino, sobre las alas de la emoción.
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