martes, 31 de marzo de 2020
La real desde el balcón
31/03/2020. Mientras escribo esto en el balcón, miro de cuando en cuando por el telescopio y contemplo una joven y enorme águila real posada en una cúspide de rodeno en la cima de la serrezuela que delimita, al oeste, el horizonte al que se asoma nuestra casa. Ha sido la sorpresa de la tarde.
Seguía yo con los prismáticos las formidables piruetas aéreas de un grupo de medio centenar de vencejos reales, ahora en el máximo de su migración primaveral, cuando por detrás, sobre la cresta de la sierra, una silueta de largas alas y vuelo marcadamente lento me ha llamado la atención. Sería una de tantas rapaces ahora mismo en paso; cualquiera de las que cada día, como esta misma tarde, estoy viendo. Seguramente un aguilucho lagunero, un milano, una culebrera, un abejero... Pero al volver hacia mí la zona ventral en un giro de su órbita, el contraste de unas anchas franjas blancas en alas y cola sobre un fondo negro, me ha ofrecido el diagnóstico inconfundible: se trataba de un águila real. Un inmaduro en concreto por ese diseño. Luego, el resto de detalles: las amplias alas llamativamente digitadas, el perfil frontal en U abierta durante el vuelo de cicleo, la prominente cola. Y ya todo ha sido concentrarme en seguir sus andanzas sobre el valle: su impasibilidad ante los enormes vencejos reales, minúsculas motas a su lado, que le han dado unas cuantas pasadas; el cernido contra el rebote del viento en la cuerda; el picado en la vaguada sobre una presa que no he podido apreciar y que no ha alcanzado; y así hasta este momento en que se ha posado a descansar. Ahora, tranquila, lejana, de un atavismo salvaje inmanente, se acicala el plumaje.
(Foto: T. Koerner)
Posted by
Víctor J. Hernández